jueves, 26 de junio de 2014

El extraño caso del escritor y el escribiente

Aprovechando mi recién estrenada libertad (y no cantando victoria demasiado alto por temor a despertar a alguien), amanezco en este renovado Invierno de las letras con sed de lectura y hambre de escritura después de tantos meses de cautiverio. Respecto a la lectura, emprendo un nuevo viaje alrededor de mis autores favoritos y muchos por descubrir que, por supuesto, trataré de compartir con vosotros en la medida en que mis nuevas responsabilidades me lo permitan. No soy mujer adicta a elevar al enigmático mundo de las redes sociales mi imagen pública ni mi vida privada, por lo que correré un tupido velo llevando a la retórica las variadas preguntas que pudiera suscitar dicha afirmación. En paralelo y, respecto a la escritura, un hambre voraz e ineluctable de expresar lo que pienso corroe mis entrañas hasta límites insospechados, hambre de vomitar sobre una nube de humo cada una de las ideas que he ido proyectando en Facebook y Twitter a lo largo de esta última etapa y que tan sólo han sido eso: estrellas fugaces, idas y venidas en un vano intento de mostrar el efímero recuerdo de mi falta de olvido a través de destellos de luz fulgurantes e instantáneos, el mensaje en una botella lanzada al vacío sin saber a ciencia cierta quién podría estarlo leyendo y esperando mi regreso.

Tengo tanto que decir... y tan poco tiempo. Así se titulaba uno de los primeros poemas que escribí cuando apenas había cumplido los trece años y ya anhelaba contar historias y que otros las leyeran. Posteriormente podría ampliarlo a un Tengo tanto que leer... y tan poco tiempo. Pero de eso no va este artículo que, aun con retraso y prolijamente desarrollado por otras manos, tenía ganas de redactar.


Para aquellos que tengan dudas, la RAE (Real Academia Española) denomina al escritor en su primera acepción como "persona que escribe" y, en su segunda, como "autor de obras escritas o impresas". Respecto al escribiente, lo denomina en su primera acepción como "persona que tiene por oficio copiar o poner en limpio escritos ajenos, o escribir lo que se le dicta." Sin embargo, desde mi punto de vista estas definiciones deberían actualizarse a la era de la comunicación digital, el siglo XXI, aquél en el que se reducen los caracteres de las palabras para que entren en tweets o mensajes de texto y en el que se perfeccionan los programas de corrección a fin de que no tengamos que cuestionarnos la integridad de nuestra calidad ortográfica. ¿Por qué digo esto? Porque amoldarse camaleónicamente a la sociedad en que nos desenvolvemos implica diferenciar, de un lado, al escritor vocacional, inconformista, lector incondicional, amateur o profesional, creativo o reflexivo, que a veces ejerce de forma remunerada y a veces altruista (esto es lo más común), pero siempre con la pasión que surte de emblema ante el ánimo de rebelión frente a la realidad impuesta; de otro al escritor accidental que se ha visto arrastrado por el mar con resaca del marketing y la ambición económica sin respeto a las palabras ni a las ideas. Y en ocasiones éste, ante su ineptitud estilística y ortográfica, su falta de tiempo, su incapacidad de redacción o de síntesis, su falta de cultura humana y divina, hace uso del escribiente (o incluso del ghostwriter).

Como tantos, estoy extremadamente preocupada por la decadente situación que ocupa la cultura en España. Me aterra que a la mayoría de mis vecinos les importe más el aireo de vidas ajenas y famosas o la literatura barata, sencilla, gráfica e imprudente que la calidad de opinión, documentación, expresión o investigación. Y me consuela que libros como El mundo (Millás), Los enamoramientos (Marías), El invierno en Lisboa (Muñoz Molina) o El mal de Montano (Vila-Matas) sean reconocidos con los honores que merece la escritura con responsabilidad literaria. Porque ser escritor, a pesar de la RAE, no es sólo una persona que escribe o que posee la autoría de obras escritas o impresas. Ser escritor implica echarse a la espalda la insensatez de querer cambiar el mundo.







Los enamoramientos, de Javier Marías

Me resulta increíble, después de tantos meses de asueto involuntario, plantear una nueva reseña en este blog que nació como símbolo y puesta de manifiesto a la decadencia de la literatura, al Invierno de las letras. Sin embargo y, aunque a una lentitud impropia de mi necesidad de las palabras, una vez más me dispongo a contaros de primera mano un libro que leí hace bastante tiempo, cuando aún en el cielo irradiaba una deliciosa monotonía de tonos azul claros: la gran merecedora de éxito Los Enamoramientos, de Javier Marías. No en vano, no soy la misma Jimena Tierra que escribió el último artículo. Frente a un antes y un después, os ruego la paciencia que requiere el inicio de una nueva carrera sin haber hecho ejercicio meses atrás.
«Es sorprendente lo mal que nuestras rutinas aceptan las variaciones»

Javier Marías

Siempre quise leer algo suyo, pero no había surgido la oportunidad ante la afortunada extensión cualitativa que nos ofrece el panorama literario actual y que nos compele a decidir, a seleccionar. No obstante, frente al éxito obtenido y la excelente trayectoria curricular de este licenciado en Filosofía y Letras, profesor y escritor, me he visto en la obligación de acercarme a Los enamoramientos con la curiosidad e inquietud que requiere abrir el envoltorio de lo que se intuye una joya.

Marías es, quizás, uno de los autores contemporáneos más prolijos y premiados de cuantos presenta el panorama español actual. Profesor en Oxford y en la UCM, en 1979 ganó el Nacional de Traducción por su versión de Tristam Shandy, el Premio Ciudad de Barcelona por Todas las almas, el Premio de la Crítica, Prix L'Oleil et la Lettre, IMPAC Dublin Literary Award por Corazón tan blanco o el Rómulo Gallegos (entre otros muchos) por Mañana en la batalla piensa en mí.

Este prolífico escritor es hijo de Julián Marías, filósofo republicano que al salir de la cárcel colaboró con José Ortega y Gasset en la creación del Instituto de Humanidades. Asimismo, siendo hijo de la escritora Dolores Franco Manera es el cuarto de cinco hermanos, entre ellos, el historiador de arte Fernando Marías Franco y del economista y crítico de cine Miguel Marías.

Marías, cuyos pasos se pueden seguir en http://www.javiermarias.es/, es miembro de la Real Academia Española. 

Los enamoramientos

La edición que he leído, adquirida en la editorial Círculo de Lectores (y de la que, por cierto, no estoy en nada satisfecha, entre otras cosas porque el comercial jugó con su situación personal para conseguir que me asociase indicando que su puesto de trabajo pendía de un hilo y de lo que, posteriormente, confirmé que era una práctica rutinaria en el manual de venta de la empresa), plasma un resumen en su contraportada indicando que la novela habla de la «impunidad y la horrible fuerza de los hechos, la inconveniencia de que los muertos pudieran volver, por mucho que se los haya llorado...».

Lo importante en esta novela y, sólo desde mi humilde punto de vista, es disfrutar de la excepcional retórica del autor, una prosa profunda inigualable y atrapadora que se enrosca al alma impidiéndole respirar hasta que no se alcanza la última palabra. Lo importante es la digresión a la que la marea arrastra una y otra vez contra el lector sobre el amor, la soledad, el delito, la amistad. No el argumento como tal, poco genuino y eternamente recurrente, cuya trama se va administrando inteligente y progresivamente a base de disyuntivas.

Los enamoramientos es mi segunda toma de contacto con un escritor de la cabeza a los pies, de aquéllos que honran la profesión y que forman parte de la historia de la literatura contemporánea haciendo del mundo de las palabras un lugar mejor frente a las tan sonadas "Ambiciones y reflexiones" o "Cincuenta sombras de Grey". La primera fue un artículo suyo sobre el que los estudiantes de bachillerato tuvimos que realizar un comentario de texto y del que, lamentablemente, apenas me acuerdo. Sí recuerdo, en cambio, a la profesora de lengua y literatura que nos invitó a leerlo. Recuerdo su pasión por Marías en particular y por las letras en general, y el especial interés que ponía en acercar a sus alumnos a la prensa escrita y, en concreto, alejándolos del diario ABC.
«Detesto esa manía actual de la prensa de no ahorrarle al lector
o al espectador las imágenes más brutales»

Marías, en esta obra (que, por supuesto, no será la última que lea), trabaja con el método de escritura de la Brújula, permitiendo a sus personajes cobrar vida propia escapándosele de entre los folios, llegando a ser dueños de sus destinos e incluso, siendo capaces de sorprender al autor al más puro estilo unamuniano. No en vano, entre los innumerables premios recibidos (y que invito a revisar en cualquier página destinada a tal información), Los enamoramientos fue elegido mejor libro 2011 por el suplemento literario Babelia.

Anécdotas

Javier Marías introduce en la página 101 al profesor de Literatura medieval española
Francisco Rico (Barcelona, 1942), académico y catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona, y director de la Biblioteca Clásica de la Real Academia Española, de la que se han publicado los cuatro primeros volúmenes: Cantar del Mío Cid; Milagros de Nuestra señora, de Gonzalo de Berceo; Gramática sobre la Lengua Castellana, de Antonio de Nebrija, y La vida del Buscón, de Francisco de Quevedo (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores).

Cuentan sus alumnos que el erudito llegaba al aula mascando chicle, dejaba su americana en el respaldo de la silla y peroraba durante media hora una conferencia que no admitía interrupción alguna mientras caminaba de uno a otro lado de la tarima, dejando tras de sí un halo de preguntas que debía responder la becaria que le sustituía posteriormente. 

«El español se ahoga con la mordaza del lenguaje único. Sin ir más lejos, la metáfora y la hipérbole del estilo figurado, los juegos de palabras, la singularidad, la elegancia y la propiedad en el léxico, son ya incomprensibles para la mayoría. Frente a una lengua en ruinas, volver los ojos a la literatura, con los clásicos por delante, es toda una esperanza de riqueza y libertad.»

La crítica

Dice el diario El País que «Una firme cultura del texto y una fina respuesta a los matices textuales inspiran, así, la soberbia novela de Marías en aspectos esenciales, más relevantes todavía que los sugeridos por el título. Ésas son también las virtudes que la Real Academia Española se propone fomentar con la nueva "Biblioteca Clásica" que desde hace casi dos siglos estaba entre sus obligaciones estatutarias y que ahora comienza con cuatro espléndidos volúmenes.»

Opinión personal

Acabo entusiasmada con un imprescindible ensayo filosófico que no me ha dejado en absoluto indiferente a pesar de que, como escritora de novela negra, crea que el argumento podría haber proporcionado una vuelta de tuerca dando mucho juego a un thriller. No obstante, ansío inquietante emprender un nuevo camino disfrutando con las letras de este delicioso profesional.