Hace no mucho tiempo, a pesar de no ser afín a este género literario, tuve la oportunidad de leer un interesante cuento para adolescentes y adultos que no sólo no me dejó indiferente, sino que me dio qué pensar acerca de la dificultad a la que se enfrentan los padres de hoy en día para responder las cuestiones existenciales que sus ingenuos hijos les plantean llegado el momento. Es cierto que había oído hablar de títulos como Las princesas también se tiran pedos (Ilan Brenman), que tratan de romper con los estereotipos fijados sobre la sexualidad infantil en la actualidad, pero hasta ahora no me había aproximado al planteamiento infantil de la mortandad.
Seguramente un psicólogo mucho mejor que yo pueda apuntar que abordar el tema con turbulencias o sembrar temor sobre el terreno de la curiosidad infantil, sino de explicar con naturalidad que el fin de toda creación material es su desaparición. El pato y la muerte, escrito por el contemporáneo y surrealista Wolf Erbruch, era un título tan desconocido para mí como el propio autor. Un escritor conmemorado con premios como el Deutscher Jugendliteraturpreis (1993 y 2003) o el premio Hans Christian Andersen Award para la categoría de ilustraciones (2006), que consigue relatar de forma genuina la relación cuasi fraternal que une a la vida con la extinción, describiendo la muerte como una sombra ligera e insonora que acompaña al pato de forma perenne hasta presentarse a él.
Me ha resultado genuina y fascinante la forma de relatar el lazo cuasi fraternal que liga a la muerte y al pato, dos personajes que se inician en un diálogo que presenta a un animal temeroso y asustadizo ante la idea de tener la muerte cerca, pero que a medida que va hablando con ella comprende que no es tan temible como aparenta e, incluso ésta deja entrever cierta nostalgia y melancolía en su interior a la hora de afrontar su labor.
Al parecer este autor suele abordar temas de inteligencia emocional y existencial en cada una de sus obras, algo que me parece muy importante dada la información negativa que los medios de comunicación vomitan a diario y que, lamentablemente, ven los niños con independencia de que estén o no en horario infantil.