Esta road movie, cuya web oficial adjunto para los amantes del cine español en general y de esta idea superviviente en particular, como muchas de sus coetáneas vio su retirada en los cines a las pocas semanas del estreno y, tras las condecoraciones obtenidas, fue resucitada -aunque no al tercer día- durante algo más de tiempo a manos del capitalismo intelectual.
De aquellos que me rodean y que repelen el cine español como a las avispas que vienen a disfrutar de la tortilla de patatas con pimientos y filetes empanados en una comida de campo, arguyen tres versiones irrefutables para mantener una inflexibilidad opaca -y, tal vez, desmesurada- a la hora de dar una oportunidad a las ideas cinematográficas nacionales, ni siquiera gratuitas: en primer lugar, el peso pluma de que el celuloide no ha cambiado desde Andrés Pajares y Fernando Esteso con Los bingueros, José Luis López Vázquez con sus "alemanas" o Paco Martinez Soria, Don erre que erre. En segundo lugar -como peso ligero-, que en pocas ocasiones se ofrece una idea genuina en los géneros de comedia o drama. Que la mayor parte de las películas tienen una relación endogámica con nuestra Guerra Civil -de recidivas aún latentes- o enmarañados engaños y desengaños amorosos protagonizados por agraciados y comerciales actores del momento y de desenlace tan vaticinable que incluso Sandro Rey daría en el clavo.
En tercer lugar -y, quizás, un argumento peso pesado-, que el cine debe cumplir una función de entretener y, desafortunadamente, las tramas españolas absorben argumentos intimistas que explotan bien la crisis socioeconómica del país, generalmente a modo de exposición o crítica. Una idea aristotélica que proviene en sus recónditos inicios de su Retórica respecto al docere y el deleitare de la literatura en especial, y que en épocas como la de La Ilustración abogó por la enseñanza frente al entretenimiento con insistencia manifiesta en textos hieráticos y prolijos como los de Melchor Gaspar de Jovellanos.
Este escenario me evoca el nacimiento de la Generación del '98, un grupo de intelectuales afectados profundamente por la crisis moral, política y social acarreada en España a raíz de la derrota militar en la guerra hispano-estadounidense y la consiguiente pérdida de Puerto Rico, Guam, Cuba y las islas Filipinas, que a partir del denominado Grupo de los Tres (Baroja, Azorín y Maeztu) comenzaron a plasmar sobre el papel con un estilo hipercrítico e izquierdista, y entre los que se encontraba uno de mis irremediablemente predilectos y que supone el motor este artículo: Miguel de Unamuno.
Pensador polifacético y artista emblemático donde los haya. Este bilbaíno nacido en 1864 además de poeta, ensayista, filósofo, novelista y escritor de obras de teatro, ocupó en tres ocasiones el cargo de rector de la Universidad de Salamanca. Muchos estudiantes le recuerdan en el Café Novelty, lugar donde jugaban al dominó. Se enfrentó a su personaje contra sí mismo en Niebla, dedicó un poema a su buitre y no sobrevivió al Sentimiento trágico de la vida.
En cierta ocasión un amigo filósofo, de esos a los que sí les gusta el cine español, me contó una anécdota acerca de su tan admirado Don Miguel de Unamuno. Habló de que un día estaba el profesor dando clase y al referirse a Shakespeare lo leyó tal y como suena en español. Un alumno no tardó en contradecirle indicándole que se pronunciaba Cheskpir, a lo que Unamuno no contestó prosiguiendo el resto de la clase en un implecable inglés. Una anécdota que, curiosamente, atribuyen en la película a Menéndez Pidal.
No me atrevería a aseverar que Vivir es fácil con los ojos cerrados tiene una errata en el guión porque no he encontrado documento que confirme que fue uno u otro autor quien contribuyó a la anécdota, a pesar de que en la mayoría de los libros de texto universitarios, enlaces de buscadores internautas y comentarios de alumnos aseguran que fue a Unamuno a quien le sucedió. Tampoco me atrevería a renegar del título aludiendo que vivir, tanto con los ojos abiertos como cerrados, no es nada fácil. Aunque supongo que eso no es lo realmente importante. Lo importante, dado el panorama educativo actual, es que el profesor universitario prosiguiera la clase en un inglés impecable. En el siglo XXI, seguramente y llegado el caso, se limitaría a cerrar los ojos y seguir viviendo.